Ni Justicia, ni paz, ni consuelo.
Ni Justicia, ni paz, ni consuelo.
Mucho se comenta en los medios de comunicación sobre la situación de millones de jóvenes en nuestro país, se dice que los ha impactado con mayor severidad la falta de empleo y oportunidades, al grado de que les hemos creado una etiqueta social llamándolos “ninis” ( ni estudian, ni trabajan) a manera de justificación desde nuestro lenguaje.
Hoy comentaremos la situación de algunos de ellos, pero de esos que nacieron en un estado de la República cuyo índice de desarrollo humano es más parecido al de un país del continente Africano que de una nación en “desarrollo”, lo que en automático significa carecer del mínimo de condiciones para tener un futuro digno. Aún así y a pesar de que provienen de familias de campesinos sueñan con lograr un cambio a través de la educación.
En otros tiempos, se construyeron 17 Normales Rurales con un modelo propio de instrucción para formar al profesorado (en Atequiza, Jalisco por ejemplo) del cual egresaron muchos educadores y líderes de movimientos sociales. Una de ellas se ubica en Ayotzinapa, municipio de Chilpancingo, Guerrero, que recibe a cientos de estudiantes.
Con las nuevas “perspectivas” educativas, cada vez es menor el apoyo desde los gobiernos y las posibilidades de trabajo de sus egresados, por lo que el desmantelamiento de su modelo social y el deterioro de sus instalaciones es una constante que les impide continuar con su sueño.
Por eso los estudiantes han aprendido en la lectura de la historia de sus antepasados y de su propia vida, que protestar es la base de todos los derechos humanos y es una libertad indispensable para exigir el cumplimiento de lo que les corresponde, de lo que nos corresponde.
Salieron el día de ayer a cerrar una carretera, aunque pareciera bajo nuestra percepción una acción extrema, violenta y criticable, en realidad no lo es cuando existen muy pocas alternativas para solucionar sus problemas y ser escuchados, pero sobre todo cuando existen causas justas que deberían de tener soluciones por parte de las autoridades.
Solicitaban simplemente una audiencia donde se atendieran sus demandas, entre ellas la del cambio de Director. Querían que los escucharan, para que los vieran como lo que son: ciudadanos, personas con derechos y un futuro deseable. No como una carga para un erario que “enriquece sólo a unos cuantos”.
Sin embargo, la respuesta del gobierno de su estado fue la clásica y tradicional, la que obedece a tiempos en los que la represión era la “ley” y que parece que han regresado para no irse jamás, independientemente de los colores y matices de los actores políticos.
Basta recordar los hechos del 28 de mayo en Guadalajara ó los sucesos con los pobladores de Atenco, para confirmar lo anterior.
A la policía le bastó una “luz verde” para cegar injustamente la vida de Jorge Alexis Herrera Pino y de Gabriel Echeverría de Jesús, así como detener y torturar a otros 24. Al fin y al cabo la etiqueta social les confirmaba su calidad de no personas.
De acuerdo a una nota periodística (La Jornada) la orden era restablecer la paz, según lo dicho por el general Ramón Arreola Ibarría, ahora ex subsecretario de seguridad pública. ¿Con dos muertos?, Le preguntaba la prensa, a lo que respondió molesto: “Establecer la paz con 800 seudoestudiantes que están tapando el paso”.
El mensaje es muy claro: nos encontramos ante un Estado que no dialoga, no resuelve los problemas de fondo, reprime a los diferentes, sobre a todo a aquellos que tienen futuro, no admite la diversidad de ideas, criminaliza y hace invisibles a las personas aún en su propia muerte, pero sobre todo no hace justicia.
El suceso tiene que motivarnos a realizar una enérgica condena a lo sucedido, porque se trata de jóvenes que son el presente de nuestra sociedad, además si autorizamos la criminalización de la protesta no existirá espacio para exigir los derechos humanos, porque si no decimos un ¡ya basta ! terminaremos por ser complices de lo que sucede.
No permitamos un estado que no proporcione, justicia, paz y consuelo.
Jorge y Gabriel, así como Don Nepomuseno Moreno y Don Trinidad de la Cruz, no debieron morir.
Es momento de actuar a través de la información, indignación y solidaridad con ellos.